Educación inclusiva: un modelo de calidad en educación | Colegio Merici

Educación inclusiva: un modelo de calidad en educación

Por: Alfonso García Williams

Por: Alfonso García Williams

La educación inclusiva no sólo atiende los extremos de la discapacidad o la sobredotación, sino que da respuesta a las necesidades individuales porque reconoce que todos somos distintos.

Un día a finales de los 90’s, al término de un día de entrega de reportes de calificaciones en Bachillerato, llegué a pensar que mi actividad profesional no representaba la vocación por la que había apostado siempre. Mes con mes visitaba a los alumnos y encontraba un alto número de calificaciones reprobatorias, encerradas en un círculo rojo que hacían ver los reportes como árboles de Navidad. Nuestra práctica parecía legitimar el fracaso y se cuestionaba poco sobre los motivos inherentes a dicho fracaso. Eso tenía que cambiar.

Inclusiva

Estábamos aún inmersos en una cultura del número (vs. el aprendizaje), del currículo (vs la persona) y un modelo centrado en el “déficit” (vs. la fortaleza), que hacía ver a nuestros estudiantes como personas incompletas, carentes de algo o problematizadas. Un modelo que aún etiquetaba, homologaba, segregaba e incluso buscaba el éxito a partir del fracaso.

Las barreras en el aprendizaje son de carácter interactivo, no sólo adjudicables a los estudiantes, sino que a menudo son resultado de la cultura, la enseñanza y la organización de las escuelas.

Nuestro lenguaje revelaba nuestras creencias: “regularización”, “condicionar a”, “problema de aprendizaje”… y con ello, nuestras propias barreras: La incapacidad de reconocer la diversidad y toda la belleza que trae consigo. Bien señala Fernández Batanero, en su libro “Un currículo para la diversidad”, que las barreras son de carácter interactivo, no sólo adjudicables a los estudiantes, sino que a menudo son resultado de la cultura, la enseñanza y la organización de las escuelas. En el fondo, la barrera más triste que puede existir, es la falta de reconocimiento de que todo ser humano puede aprender y que nuestra tarea como educadores no basta con decir que el alumno está desmotivado, es flojo o no le interesa, sino averiguar qué hay “debajo del iceberg” y adueñarnos de su proceso de aprendizaje.  Todo ser humano tiene fortalezas; se requiere un vínculo para mover la motivación. Daniel Siegel, reconocido autor por su relación con las neurociencias, respalda la frase “Conectar y luego corregir”, para recordarnos que la relación y el vínculo generan una mejor disposición para el aprendizaje, pues abren el camino a la creación de redes neuronales. La motivación, a su vez, se refuerza con experiencias de éxito, que nos ayudan a guardar en nuestra memoria ese recuerdo y querer repetirlo.

Con la conciencia de que estábamos equivocados en el enfoque, vino también la propuesta de voltear a la educación inclusiva, que desde esos años ya ponía por delante un renovado interés en los derechos humano y la dignidad. Aunque en un principio se asociaba con los extremos de la diversidad, es decir, con la discapacidad y la sobredotación, pronto se comenzó a concebir como un paradigma que buscaba mucho más que eso: Responder a las necesidades de los alumnos y ofrecer múltiples caminos para aprender y demostrar lo aprendido. La educación inclusiva representa una mirada distinta, que privilegia lo humano, las relaciones interpersonales, la conexión, y se construye sobre los conceptos de comunidad, colaboración, fortaleza. La educación inclusiva nos ha abierto los ojos a entender que el desarrollo de habilidades blandas se da con mucha más fuerza en ambientes heterogéneos que responden a modelos holísticos, orgánicos.

Contrario a lo que se piensa comúnmente, la educación inclusiva busca altas expectativas para todos. Su evolución pasó de atender los extremos del desarrollo humano, a ocuparse de todos reconociendo que cada uno de nosotros tenemos necesidades de apoyo a lo largo de nuestra vida. Esa idea de que “todos tenemos necesidades de apoyo” va muy de la mano con la evolución del concepto de igualdad hacia equidad, en la que se aprende a vivir en mundos que no son “iguales” sino que dan a cada ser humano lo que necesita. Un salón en el que se vive la equidad es un salón en el que un niño puede estar usando un “iPad”, otro puede estar trabajando en equipos, otro está haciendo lectura individual, pero todos están en una misma meta educativa y lo interesante es que los niños dejan de preguntarse… “Por qué Pedro hace algo distinto que yo”, ¿Por qué Juan usa iPad y yo cuaderno?

De la misma forma, la educación inclusiva cae en cuenta de que el ser humano promedio no existe y que cuando se planifica para los extremos, las estrategias de enseñanza son con frecuencia útiles para muchos más estudiantes, que cuando se planifica para “el promedio”, como suelen hacerlo los libros de texto. En su libro, “El fin del promedio: Cómo sobrevivir en un mundo que valora la igualdad”, Todd Rose nos ayuda a entender como los seres humanos somos únicos y no podemos planificar para promedios inexistentes. Desde lo físico hasta lo cognitivo, lo social, lo emocional, debemos entender que no hay seres humanos iguales: no hay dos gordos iguales, ni dos altos, ni dos chaparros, ni dos fuertes. Los seres humanos venimos con una combinación única que no cabe en cartabones preestablecidos. Con su libro, el término “variabilidad” cobra relevancia en educación, pues entraña una posición renovada de planificar, evaluar y enseñar. De sus trabajos, así como de los de Anne Meyer y de David Rose, surge el “DUA” o “Diseño Universal para el Aprendizaje”, un esfuerzo mayúsculo por combinar los principios de la arquitectura con los de la educación, para responder a la variabilidad humana con base en tres redes neuronales: la red de las emociones (en donde se encuentra la motivación, en la zona límbica), de la interpretación y representación (ubicada en la nuca, en donde el cerebro recibe e interpreta los estímulos) y la de ejecución (en la zona prefrontal, de la que depende la función ejecutiva y toda la parte de acción) y cuya decodificación nos ayuda a enteder la relevancia de ampliar los estímulos, ambientes, modalidades, formas de enseñanza y de evaluación. Su meta es generar multimodalidades de enseñanza que permitan a los estudiantes experimentar éxito y encontrar el menor número de barreras posibles en su aprendizaje.

Contrario a lo que se piensa comúnmente, la educación inclusiva busca altas expectativas para todos. Su evolución pasó de atender los extremos del desarrollo humano a todos en el reconocimiento de que todos tenemos necesidades diversas de apoyo durante nuestras vidas.

Observemos el siguiente diagrama que pone en relieve lo que estamos justo mencionando:

Educación inclusiva

La educación inclusiva se ha venido enriqueciendo con los aportes de las neurociencias, de la psicología positiva, de la teoría de la diferenciación/diversificación pedagógica, así como de numerosos enfoques que resaltan la importancia de poner al alumno en el centro. Por su parte, la Enseñanza Diferenciada, según Carol Ann Tomlinson, líder mundial en el tema, es “una forma organizada y a la vez flexible de adecuar proactivamente la enseñanza y el aprendizaje para atender a los alumnos desde donde se encuentran y ayudarlos a maximizar su potencial”. A diferencia del “DUA”, la diferenciación implica conocer (evaluar) al alumno, ubicar bien su zona de desarrollo y combinar dinámicamente sus intereses, aptitudes y formas de aprender, con el contenido, los procesos y los productos de aprendizaje. Carol Ann Tomlinson tiene una naturaleza muy inclusiva que destaca la importancia de hacer metas relevantes, distinguir muy bien los conceptos, conocimientos y habilidades a enseñar y hacer el camino siempre significativo.

No podemos conocer con certeza el mundo que tendremos en los años venideros: se vislumbra cambio incesante. Lo que sí podemos afirmar con un poco más de certeza, es lo que podemos hacer por fortalecer a nuestros estudiantes, brindándoles ambientes de aprendizaje seguros, que les permitan afirmar su identidad, construir un autoconcepto positivo y sumarse a la solución de problemas cotidianos a partir de sus conocimientos, habilidades y comprensiones de la vida. Un enfoque que resalte nuestra humanidad compartida y  que nos permita transformar las experiencias de éxito de nuestros alumnos en que sean aprendices de por vida.

Hagamos escuelas de aprobados, de aprendices, de indagadores, de alumnos esmerados que se esfuerzan por crecer. No hagamos más escuelas de reprobados.

Referencias

Fernández Batanero, José María. (2009). Un currículo para la diversidad. Madrid, Síntesis.

Tomlinson, Carol,  imbeau, Marcia. (2011) Managing a differentiated classroom: A practical guide. USA, Scholastic.

Rose Todd, (2015), The end of average: How to survive a world that values sameness. New York, Harper Collins.

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Sobre el autor

Alfonso García Williams

Alfonso García Williams

Es maestro en pedagogía, especialista en educación inclusiva y liderazgo pedagógico. Es director general de Colegio Merici.

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