“Educar no consiste en llenar un vaso vacío,
sino en encender un fuego latente.”
(Lao Tsé)
El pasado 31 de marzo, después de varios meses de no haber tenido por mucho tiempo experiencias de integración fuera de la escuela y de la ciudad, los estudiantes de Segundo de Preparatoria tuvieron su primer viaje de acción social, en la que convivieron y trabajaron por cuatro días con estudiantes indígenas de una comunidad en Cuetzalan, Puebla .
El viaje estaba enfocado en el servicio, pero sobre todo en la transformación y el aprendizaje que solo este tipo de experiencias puede brindar. Son experiencias en las que los estudiantes se forman, amplían los conocimientos y desarrollan las habilidades como el pensamiento crítico, la empatía y la unidad pues se involucran con necesidades reales del entorno para mejorarlo y contribuir al cambio social.
Uno se podría preguntar si en sólo cuatro días se puede lograr realmente un cambio.
Sin duda para los 25 estudiantes del Merici y los 25 de Tepetzintan, esos cuatro días pasaron volando. En un abrir y cerrar de ojos esas jornadas se convirtieron en mágicos recuerdos cargados de profundos aprendizajes y grandes amistades.
Hay veces que es difícil notar un gran impacto en tan poco tiempo, pero nosotros no sólo notamos un cambio en la actitud y la forma de relacionarse de cada uno de los participantes, si no que también pudimos ver y escuchar la forma en que esta experiencia cambió su realidad a través de sus comentarios.
En el Colelgio Merici sabemos que no podemos resolver los problemas sociales si no nos atrevemos a salir y vivirlos, cuestionando y poniendo a prueba toda la información que obtenemos en el aula.
Un estudiante del Merici dijo: “No puedo creer como nosotros nos quejamos de ciertas cosas y vemos algunas otras tan simples cuando hay personas que viven en condiciones donde realmente nosotros ni nos imaginaríamos si no fuera por estar conviviendo con ellos. Para nosotros las regaderas y el baño del hotel están rústicas, nada mal, pero nada impresionante comparado con lo que conocemos y para ellos es un lujo porque están acostumbrados a bañarse con cubetas que tienen que cargar desde el río porque no tienen regaderas.Además son muy independientes, a su edad ya se mueven solos a todos lados y ya están trabajando… Estas experiencias si que nos hacen salir de la burbuja en la que normalmente nos encontramos”.
Un estudiante de Tepetzintan señaló: “Al principio llegué muy cerrado y no me estaba gustando nada la experiencia, pero conforme fueron pasando los días me di cuenta que los chavos de ciudad también podían hacer muchas cosas que nosotros hacemos y que también le entran al trabajo duro. Yo antes del campamento estaba pensando en dejar de estudiar, pero ahora la verdad es que quiero seguir estudiando y quiero entrar a estudiar una licenciatura y certificarme en Share [Institución con la que co-diseñamos la experiencia] para hacer lo que ustedes hacen”.
Otro estudiante del Merci añadió: “La verdad es que de entrada yo solo venía por mis horas de servicio social pero esta experiencia sí ha dejado una huella en mí y muchas ganas de seguir haciendo actividades como estas para generar grandes cambios”.
Durante esos cuatro días, todos los estudiantes participaron en talleres de artesanías, paseos por la montaña, nado en cascadas, vuelos en tirolesa, construcción de ventanas con bambú, murales pintados, juegos de fútbol y cocina con familias indígenas, entre otras actividades. Y aunque podamos pensar que estas o tareas fueron las que hicieron de esta experiencia una realmente extraordinaria, la mayor magia está en todas esas conexiones creadas entre los estudiantes de una y otra escuela, cuando cayeron las máscaras, los estereotipos y todas esas capas de prejuicios que en el día a día llevamos puestos y ponemos a los demás.
Los días previos a la experiencia había una ambiente cargado de emoción combinada con el nerviosismo de convivir día y noche con personas desconocidas de un contexto totalmente diferente a lo que estaban acostumbrados. Aunque los primeros días estuvieron llenos de mucha diversión y actividades que nos ayudarían a alcanzar el objetivo, notábamos aún algo de resistencia y varias limitantes que el contexto social inconscientemente genera.
Pero momento a momento, gracias a la metodología diseñada por Fundación Share (una organización sin fines de lucro que se encarga de poner en contacto a personas de diferentes culturas y antecedentes para aprender a apreciar las diferencias), a las actividades, a la apertura de los estudiantes y a la magia del lugar, las barreras derivadas de los prejuicios iban cayendo una a una para darle paso a la conexión.
Ya para el tercer día todos los estudiantes trabajaban en conjunto para lograr los objetivos que teníamos planeados en la comunidad de Tepetzintan. Después de varias horas de trabajo duro cortando bambú, construyendo ventanas para la escuela y adecuando el espacio para un huerto fuimos recompensados con una deliciosa comida que en conjunto con las expertas de la cocina ayudamos a preparar: un delicioso pollo con mole acompañado de tortillas hechas a mano.
Es un sentimiento increíble ser recibidos con tanto cariño por personas que no nos conocían, y ver a los estudiantes convivir con los hermanos y papás de sus compañeros indígenas en sus propias casas como si fueran de la familia.
El poder y la magia de esta experiencia radica en la consciencia que logramos sembrar en cada una de las mentes y almas que nos acompañaron.
Por siglos los modelos de educación se han limitado a transmitir el conocimiento de forma teórica. Teoría que pocas veces se ve plasmada en la realidad y no nos invita a hacer ningún cambio en el exterior.
Son pocas las instituciones que se han dado cuenta que la educación debe salir del aula e invitar al cuestionamiento, a la acción. Si nos limitamos a recibir la información y a seguir lo que se dice sin cuestionar, caemos en el error siempre nos ha impedido crear una solución a los problemas más grandes que el mundo enfrenta hoy.
En el Colelgio Merici sabemos que no podemos resolver los problemas sociales si no nos atrevemos a salir y vivirlos, cuestionando y poniendo a prueba toda la información que obtenemos en el aula.
Es a partir de estos cuestionamientos cuando podemos hacer algo con respecto de lo que vivimos, iniciando un proceso de autoconocimiento, desafiando las creencias por las que fuimos condicionados para crear nuestro propio camino: libre y auténtico. Todo esto también nos permite trabajar en unidad para lograr objetivos comunes.
Realmente fue grandioso ver la teoría puesta en práctica y observar como todos llegamos el primer día al hotel dónde nos hospedamos con un nombre, talla, color de piel, religión, nivel socioeconómico y un género y sin embargo momento a momento una vez dentro de este espacio de conexión, amor, respeto y horizontalidad, dejamos de ser hombres, mujeres, gordos, flacos, morenos, güeros, católicos, judíos, mestizos o indígenas, desprendiéndonos de cada una de esas etiquetas para reconocernos simplemente como humanos.
La despedida no fue fácil, pero resultó sumamente enriquecedor ver el cariño con el que se decían adiós todos, como si fueran amigos de mucho tiempo.
El poder y la magia de esta experiencia radica en la consciencia que logramos sembrar en cada una de las mentes y almas que nos acompañaron.
- La consciencia de nuestro propio poder y nuestra propia magia que nos lleva a crear realidades distintas tanto para nosotros como para los que nos rodean.
- La consciencia de aquellos dones y talentos que venimos a dar y a compartir con otros.
- La consciencia de que en el fondo no estamos separados los unos de los otros y estas capas son solo espejismos que sin duda podemos desafiar.
Cuando entendemos que la vida no es sobre nosotros, sino sobre todas las vidas que tocamos, nuestra visión cambia radicalmente y es justo eso lo que día con día y a través de este tipo de experiencias cultivamos en nuestros estudiantes.