En la secundaria me reprobaron en Música. La anécdota resulta relevante porque llevaba varios años siendo una alumna de diez en la Escuela Nacional de Música de la UNAM. Debido a la sorprendente evaluación, en casa me cuestionaron: mis padres tenían dudas, pero también hacían acusaciones veladas. Quizá había cometido alguna falta grave de conducta o hecho alguna grosería al maestro. Pero no, nada de eso había ocurrido. Cuando por fin se me dejó hablar, expliqué que la calificación se debía a que no había destacado los márgenes de tres colores que solicitaba el profesor para enmarcar bellamente la copia de las biografías de Beethoven, Chopin, Tchaikovsky y demás genios de la música, además de las horrorosas monografías de instrumentos musicales, deformados por el pésimo diseño de las ediciones que se vendían como pan caliente en la papelería de la esquina.
Sobra decir que, de todo lo que los alumnos solían copiar, nada aprendieron. Lo que lograban con sobrada destreza era meter cada letra en un cuadrito, como si fuera una casita hecha específicamente para ello. Incluso la i con su puntito tenía una colocación perfecta. En esos tiempos y para esa escuela, yo era un fracaso pues jamás logré meter las letras en sus cuadritos, ni remarcar con tres colores los márgenes de las hojas. A la fecha, mis letras suelen estar fuera de cuadro y definitivamente no les gustan los márgenes, por más que sean de tres colores. Inquietas, siempre buscan salirse de la raya, rompen cuadritos y cuadrotes, rebasan los márgenes. Parece como si quisieran habitar el mundo, por ello brincan del cuaderno a la mesa, de la mesa al bosque o al espacio.
El pensamiento crítico es un aliado de la libertad. Nos permite pensar fuera de los márgenes, entretejer nuestras ideas para entender el mundo, captar a los otros, y lo más importante, conocernos a nosotros mismos.
Quizá sobra decir que el disfrute que tengo de la música no lo obtuve de copiar biografías ni de dibujar márgenes, sino del encuentro con las notas, con las secuencias melódicas, de entonar y entender las estructuras musicales, pero sobre todo, de aprender a escuchar, de conectar con los intérpretes y compositores, de sentir con ellos, de reinterpretar y revivir desde la experiencia personal esos otros mundos, de descubrir y de dejarme sorprender. Pues en eso consiste el verdadero aprendizaje.
Por ello es muy importante que en la práctica docente y académica se priorice que los alumnos obtengan las habilidades que les van a permitir un verdadero crecimiento, aprendizaje y desarrollo.
Hace algunos años se comenzó a hablar de soft skills, habilidades blandas, contrastando con las habilidades duras, que durante décadas permearon en el àmbito educativo. ¿Cuáles son? ¿Cuántas son? ¿Cómo se obtienen ? ¿Para qué sirven?
Comenzaré por mencionar las que a mi parecen fundamentales. Pongo en primer lugar a la creatividad, y lo hago por una razón que considero de peso: la creatividad es disruptiva y rebelde, encuentra caminos en donde sólo había piedras, puede convertir unos palitos en un bosque, una luna en una cuna, y de la risa saca la notas para vivir. Esta capacidad de salirse del cuadrito, de habitar lo imposible y volverlo un paraíso posible es, desde mi perspectiva, la que provoca todo lo demás, evoca al pensamiento crítico, la comunicación y la colaboración.
El pensamiento crítico, por su parte, es un aliado de la libertad. Nos permite pensar fuera de los márgenes, visualizar, con objetividad y desde nuestra identidad, los pros y contras de la realidad, entretejer nuestras ideas para entender el mundo, captar a los otros, y lo más importante, conocernos a nosotros mismos.
No es secreto que las grandes empresas están contratando personas inquietas, que saben resolver problemas, que se adaptan. Ya no pesa tanto el currículo rimbombante, como la capacidad creativa y de colaboración.
Con esta forma de mirar al mundo y de mirarse, se despliega la posibilidad de la comunicación. Pero la comunicación no se limita a lo que nos enseñaron en la escuela -que debe haber un emisor y un receptor, que comparten un mensaje-. La comunicación verdadera implica muchas otras cosas, empatía -escuchar al otro-, comprensión -del mensaje-, expresión -de mis ideas, sentimientos, emociones-, entre muchos otros matices.
De esta comunicación, que al mismo tiempo es empatía (escuchar, comprender y expresar), deriva la posibilidad co-nectar, co-laborar, (los guiones son intencionales), y todos los “co” que significa “conjuntamente”, que intervienen en nuestra relación profunda con los otros, con el mundo y con nosotros mismos.
¿Y las personas que no rompen el cuadrito, que “literalmente” no se salen de la raya, podrían tener éxito en el futuro? La respuesta es NO. No en este mundo, no en este contexto, no para el futuro.
Nuestros alumnos y nuestro hijos, están enfrentando grandes retos. El más cercano para todos ha sido la pandemia. Todos, grandes y pequeños, tuvimos que romper el cuadrito. Depusimos nuestras rutinas, nuestros apegos y hasta nuestros amores, pues dejamos de asistir a las oficinas, de pasar tiempo con nuestros amigos y de ver a nuestros familiares. Y aquí estamos, continuando la vida, después de romperlo todo.
No es secreto que las grandes empresas están contratando personas inquietas, que saben resolver problemas, que se adaptan. Ya no pesa tanto el currículo rimbombante, como la capacidad creativa y de colaboración.
Recuerdo mucho cuando comencé a leer a María Montessori, una filósofa que dio las pautas para muchos temas de los que se habla ahora -aunque ya no se le dé el crédito- (crianza respetuosa, soft skills, autonomía, respeto a los ritmos de cada individuo) que señalaba con acusada vehemencia la importancia de que los niños pequeños aprendieran ciencia. Se le cuestionaba mucho sobre ese interés, pues se tenía la idea de que los niños pequeños no podían entender fórmulas, ni procesos complicados de elementos, entre otras cosas. Pero María sabía que entender procesos químicos, físicos, científicos, les daba a los niños la posibilidad de entender el mundo. Un mundo que se rige por leyes, por causas y consecuencias, pero también por azares. Donde la regla siempre admite la excepción, donde en medio del desorden más grande hay un orden que le permite ser. Es eso lo que debemos buscar en nuestros alumnos, que el aprendizaje se salga también del cuadro, que les permita formular preguntas y encontrar respuestas, en otras palabras, que aprendan a vivir.